Sobrevivir


Coronavirus cell in microscopic view. Virus from Wuhan casusing pandemic around the world.

El cuerpo de cada persona está preparado para recibir el ataque de un virus, dependiendo de su fortaleza física, de la preexistencia de otras enfermedades, etc. Pero también de su estado psicológico y espiritual: si está deprimido, si viene saliendo de una crisis personal etc. Ya después vendrá lo que puedan hacer los doctores por él.

Me preguntaba al escribir esto: si México fuera una persona ¿cómo están nuestros equilibrios físicos, psicológicos y espirituales? No quiero alimentar nuestras preocupaciones, ya de por sí ampliadas en estos días, pero hagan de cuenta que la “persona” México está saliendo del consultorio con un diagnóstico en las manos. Muy probablemente, este diría lo siguiente: “Individuo en estado físico precario, con rasgos paranoicos y esquizofrénicos, con una depresión crónica a lo largo de muchos sexenios”. Vamos, que, para el Coronavirus, somos un plato tan apetitoso como un diabético, fumador e hipertenso de 85 años.

México está mal físicamente para afrontar la pandemia, porque sufre de una economía estancada, con una población mayoritaria en el empleo informal, y niveles de pobreza e inequidad todavía inaceptables. Su raquítica constitución física no es la adecuada para soportar la medicina que los doctores han recetado en otras partes del mundo: detener la actividad económica hará estragos en su esquelética figura y la obligada medicina podría ser más dura que la misma enfermedad.

Psicológicamente tiene problemas: está mal, muy mal de la cabeza. Dicen los que dicen que saben, que cuando un individuo tiene paranoia, siente que todos están contra él; hay en su alma un rencor persistente, o la percepción permanente de ataques a su reputación; sospechas recurrentes respecto a la fidelidad de su pareja o de sus amigos. Los mexicanos tenemos una cabeza claramente paranoica, pero ese no es todo el problema. Tenemos muchas cabezas que no son capaces de acordar y definir una estrategia conjunta. Cada Estado va decidiendo y dictando medidas y descalificando lo que hace la cabeza de este país esquizofrénico y confundido.

Eso tienen que ver con nuestro estado anímico. Traemos una depresión canija. Puede ser que la raíz, el fondo del problema, es que somos como esas personas que parece que se han divorciado más veces de las que se han casado: nunca les sale bien. A México no le funciona nada: nos casamos con el nacionalismo revolucionario y nos robaron hasta los calzones; luego con la derecha y nos decepcionaron; luego con una supuesta izquierda que sigue cantando serenatas, pero no pasa ni para el gasto. Lo peor es que nuestra esquizofrenia hace que a la mitad de México le gustaría que nos fuera mal, con tal de demostrar que la cabeza de México está mal. El doctor pondría una nota al margen: “cuidado con las tendencias suicidas”. Algo está mal, en este cuerpo social que no es capaz de coordinar una defensa conjunta contra nada. No es necesario que ataque un virus, porque nuestro organismo está peleado permanentemente consigo mismo.

Suena grave el diagnóstico. Pero también es verdad que algo extraordinario tiene este México que sorprende a todos sus doctores: su resiliencia y capacidad para salir adelante. Su destreza para sobrevivir a todos los virus y bacterias, hecatombes y políticos. Especialmente a estos últimos. Claro que tanto hándicap no nos ha dado para más que para eso: sobrevivir. Entramos ahora en una crisis de esas que tumban en la cama y obligan a la introspección. Quizás el coronavirus pueda ser la oportunidad de atender nuestras enfermedades preexistentes y ver si podemos sanarlas. Y no estoy hablando sólo de cambiar, otra vez, de partido en el poder; ni de hacer cambios cosméticos a nuestras leyes electorales, otra vez. Sino de desterrar esas dolencias que parecen hereditarias: el egoísmo y la ceguera que nos impiden trabajar en conjunto por la patria. Y entonces podremos, después de vencer a este mugroso virus nuevo, quizás, solo quizás, construir un país mejor para todas y todos.

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