Doña Dolores se despertó cansada, sin saber por qué, aún faltaba tiempo para que su despertador sonara, intentó dormir un poco más pero no lo logró. Decidió levantarse, pensaba que de cualquier modo había dormido tiempo suficiente, pero se sentía igual o peor que cuando se fue a acostar. Se bañó y se vistió, aunque hubiera preferido quedarse en la cama dormida.
Fue a la cocina a prepararse un café para ver si así conseguía despertar, de pronto se vio en la cocina, sin saber qué hacía ahí, hizo un esfuerzo pero no consiguió recordar, fue de nuevo a su cuarto y entonces recordó que prepararía un café, ese fue su desayuno, hacía semanas que no tenía hambre, comía por puro compromiso.
Salió al trabajo pensando que ya le faltaban pocos meses para jubilarse, tiempo atrás había tenido planes para todo lo que podría hacer al dejar de trabajar, pero ahora le costaba sentirse motivada, traía algo así como un vacío que no lograba llenar con nada. La energía le faltaba, había dejado de ver a sus amigas y tenía poca paciencia, se molestaba fácilmente alzando la voz a su familia para luego sentirse culpable al grado de que algunos días a la semana, le ganaba el llanto.
Una vez fue a consulta para que le quitaran ese dolor que traía en todo el cuerpo y que le ayudaran con sus nervios, pero la doctora le dijo que estaba bien, que todo estaba en su cabeza y la mandó con el psicólogo diciéndole que tenía depresión.
Ella pensaba que no tenía por qué ir con el loquero, ella no estaba loca, se preguntaba ¿Qué es la depresión? ¿Cómo sé si tengo la tengo? ¿Se me quitará echándole ganas?
Ella no sabía que en México 1 de cada 6 adultos presenta depresión, no sabía que eso era más de 11 millones, casi el doble de la población de todo el estado de Guanajuato.
Desconocía que de esas más de 11 millones de personas, sólo una de cada cuatro cuentan con un diagnóstico y que de esos casi 3 millones, sólo 4 de cada 10 recibían tratamiento.
Sólo una de cada diez personas deprimidas recibe ayuda.
Menos sabía la Señora Dolores, y no era su culpa no saberlo, que la prevalencia de la depresión en Las Américas era la segunda más alta del mundo apenas superada por África, o que la depresión es un trastorno que tiene muchos tipos y que se presenta principalmente en mujeres.
Para ella la palabra “depresión” era sinónimo de tristeza, ignoraba que de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, la depresión afecta a 350 millones de personas en el mundo, que eso era el equivalente a las poblaciones de México, Colombia, Argentina, Canada, Perú, Venezuela, Chile, Ecuador y Guatemala juntas.
Ella desconocía que sentimientos: de tristeza, vacío, desesperanza, culpa, minusvalía, enojo, irritabilidad, frustración, inutilidad y autorreproche eran comunes en la depresión.
Que la pérdida o disminución del deseo sexual, así como la pérdida de disfrute en actividades anteriormente satisfactorias, también eran parte del padecimiento.
Pensaba que le costaba trabajo dormir por la edad, era un dato demasiado específico que el insomnio puede ser de tres tipos; de conciliación, es decir, dificultad para dormir; de mantenimiento, que implica despertares que interrumpen el sueño; o un despertar precoz, que implica despertar antes de lo programado.
Pasaba por alto que dormir periodos largos y mantenerse soñolienta durante el día era algo a lo que le decían hipersomnia.
Pensaba que el ser “chillona” era resultado de ser sensible, no que sería un dato clínico que al que se referirían como llanto espontaneo.
Pensaba que era la edad la causa del cansancio y de la falta de energía, igual que de la falta de apetito y la pérdida de peso, de los dolores físicos ni hablar, suponía que su cuerpo empezaba a pagar facturas.
Suponía que la ansiedad, el nerviosismo y la inquietud eran por su próxima jubilación.
Le achacaba la lentitud para razonar, hablar y hacer movimientos corporales a sus años, olvidando que apenas unos meses atrás su agilidad era mucho mayor.
Interpretaba sus fallas en la memoria, la dificultad para solucionar problemas y tomar decisiones como resultado de traer muchas cosas en la cabeza, jamás hubiera pensado que eran fallas en las funciones cognitivas.
Pensamientos frecuentes e involuntarios sobre la muerte le resultaban atemorizantes, pero asumía que era porque había escuchado de gente conocida que había fallecido.
Todo esto había escuchado la doctora, con su oído de doctora mientras pensaba en lo que había aprendido en la facultad de medicina, en los años de experiencia y en los cursos y actualizaciones que continuamente tomaba, por eso la mandó con el psicólogo.
Si a ti te pasa como a Doña Dolores, acércate a un profesional, podrá ayudarte.
Cuídate, el mundo no sería el mismo sin ti.
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