A más de 25 años del levantamiento zapatista en Chiapas, sigue más vigente que nunca el concepto y sentimiento sobre el que basaron su movimiento: la digna rabia. Porque antes de la rabia no somos nada más que víctimas de un sistema que nos infunde miedo y nos obliga a permanecer callados, pero el miedo alimenta a la rabia y la rabia rompe a las víctimas. Como victimas nos lamentamos y esperamos un futuro mejor, pero la digna rabia rompe con todo eso, nos hace levantar la voz y generar el cambio en lugar de esperarlo.
La humanidad despidió el año 2019 con cientos de manifestaciones y protestas sociales en todo el mundo. Desde protestas en contra de las medidas neoliberales en países como Chile, Bolivia, Ecuador y Colombia; manifestaciones que exigen acciones para hacer frente al cambio climático; protestas estudiantiles en Ecuador, México y Costa Rica; las protestas masivas de Puerto Rico, Hong Kong y Haití; y las manifestaciones feministas en todo el mundo. Para 2020 se veía un panorama similar, sin embargo, la pandemia, las medidas de confinamiento y el ataque mediático sobre el brote del nuevo coronavirus generaron alarma que opacó los ánimos de lucha de miles de personas que tuvieron que confinarse para resguardar su salud, y las manifestaciones poco a poco fueron palideciendo. Fue así que tuvimos un tiempo de una sociedad apagada, que se quejaba sin alzar la voz.
Pero la paz comprada con shock mediático y la amenaza de contagio duró poco porque no había protestas, pero los abusos y atropellos sistemáticos seguían y alimentaban el fuego de la digna rabia.
Algunos hicimos caso a las medidas de confinamiento y decidimos guardar la cuarentena, pero pronto nos dimos cuenta que gozábamos de un privilegio enorme, porque podíamos poner pausa a nuestras exigencias o retomar nuestra lucha detrás una pantalla, pero hay otros quienes no tienen otra opción más que seguir saliendo a las calles y tomar recintos y espacios simbólicos porque no tienen más que rabia abrumadora, sed de justicia y espíritu de lucha. Guardar la cuarentena es un privilegio en muchos sentidos, pero lo es principalmente porque hay gente en las calles poniendo el cuerpo y el alma en sus causas, porque para esas personas dejar de luchar es dejar de vivir.
Una vez más el 2020 superó cualquier expectativa, ya que después de hacernos creer que las luchas sociales se habían apagado, las vimos resurgir con más fuerza. Luego de que el Estado y sus aparatos represores continuaran cometiendo atropellos e injusticias y siguieran perpetuando las desigualdades, los grupos históricamente oprimidos, silenciados y marginalizados se vieron en la necesidad de ignorar cualquier amenaza de contagio y represión para volver a incendiar las calles con el fuego de la digna rabia.
Existe una verdad que no podemos ignorar y es que hay rabia en el mundo. Hay rabia ante la violencia y el abuso de la policía y el ejército; hay rabia ante el racismo y el clasismo; hay rabia ante la lgbtfobia, los crímenes de odio, la exclusión; hay rabia ante las nulas acciones de los gobiernos y las grandes economías para combatir el cambio climático; hay rabia ante el machismo, la misoginia y los feminicidios; hay rabia ante una hegemonía capitalista que prioriza el capital antes que las vidas humanas; pero sobre todo, hay rabia ante la pasividad y la tibieza de las autoridades y de los sectores privilegiados que prefieren la comodidad de su realidad antes que sentir empatía por quienes sufren.
En México tenemos dos ejemplos de digna rabia. Uno de ellos es la lucha de los campesinos de Chihuahua que defienden su derecho al acceso al agua, pues el gobierno federal y estatal ha priorizado la entrega de agua a Estados Unidos antes que a los agricultores que proveen de alimento a gran parte del norte del país. La entrega de agua al país vecino fue acordada en 1944 mediante un tratado bilateral, y si bien es cierto que las protestas no iniciaron este año, fue apenas hace unos meses que se intensificaron y que hubo presencia de la Guardia Nacional debido a que el estado de Chihuahua atraviesa una sequía atípica y las autoridades descuidaron a sus campesinos para cumplir con la demanda estadounidense de agua, lo que pone en riesgo los cultivos de dicho estado.
El otro ejemplo nos lo dan las mujeres combatientes que, hartas de recibir insultos y amenazas, y cansadas de esperar a que las autoridades tomen en cuenta sus reclamos y se dignen a proceder con las investigaciones sobre las muertas y desaparecidas, han decidido hacer okupa de la ex sede de la Comisión Nacional de Derechos Humanos de Ciudad de México (ahora Casa de Refugio Ni Una Menos). Diversas colectivas y redes feministas han replicado la toma de sedes de la CNDH en otros estados de la república como muestra de sororidad con sus compañeras de la Ciudad de México y Periferia.
Estos dos casos ejemplifican a la perfección la digna rabia. Dos sectores sociales históricamente ignorados, que son diferentes y persiguen causas distintas, pero que son iguales en cuanto a que han tomado su miedo y lo han convertido en el combustible que nutre su rabia y los impulsa a exigir justicia a pesar de la brutalidad policial, el desdén de los sectores sociales privilegiados y la amenaza de contagio ante la pandemia.
El despliegue del brazo represor del Estado (policía, ejercito o Guardia Nacional) para enfrentar a aquellos que ponen de manifiesto su digna rabia es evidencia de la alineación ideológica del gobierno a la hegemonía capitalista/neoliberal, pues dicha hegemonía no se puede entender ni explicar sin los conceptos de violencia y guerra, la violencia para perpetuarla (por eso el Estado es quien ostenta el monopolio para ejercerla de forma legítima), y la guerra para reproducirla. Esta guerra es una fase de reconquista neocolonial de territorios, cuerpos y espacios, pero también es un negocio con el que se impone la producción de nuevas mercancías y capital que no se limitan únicamente al dinero o a los recursos naturales, sino que también abarca los cuerpos, las vidas humanas y la calidad de los derechos.
Las manifestaciones de digna rabia son anti hegemónicas, pues arrebatan al Estado su monopolio del uso legítimo de la violencia, por lo que éste se ve obligado a configurar una nueva forma de guerra que consiste en la privatización de los recursos naturales, de las vidas humanas y de los derechos más básicos, una guerra que se vale de la presencia policiaca para la contención de las manifestaciones sociales y la criminalización y deslegitimización de la protesta. Pero la dignidad no se puede privatizar, y en estos tiempos en que la digna rabia lo está quemando todo nos toca decidir si seremos incendiarios o si nos quemamos con las viejas estructuras de exclusión y desigualdad.
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