“A veces pienso que ya no quisiera ir a trabajar” señala Paola, profesora de la División de Ciencias de la Salud de la UG que dejó de hacer ejercicio, pasear en bicicleta y disfrutar de su trabajo desde que denunció a un colega por mobbing y acoso sexual. A partir de este hecho se ha enfrentado a una serie de experiencias que la llevaron al límite: revictimización, amenazas y enemistad con algunos compañeros que incluso consideraba amigos cercanos.
Ella fue una de las mujeres que levantaron la voz el 14 de agosto de 2018, cuando un grupo integrado por alumnas y profesoras de la UG convocaron a una rueda de prensa para denunciar de manera colectiva sus casos de acoso. Desde ese momento el caso particular de Paola se diluyó, pues su relato no encajaba con los del resto.
En mayo de 2017 intentó iniciar el expediente con su superior inmediato, quien no se lo recibió excusando que el formato no era el correcto. Después de peregrinar entre distintas instancias, Paola se enteró del caso de Isabel Puente y fue testigo de cómo éste se resolvió de manera negativa hacia ella. La situación le produjo rabia pero al mismo tiempo le proporcionó el empuje necesario para continuar con su denuncia.
“La vi aparecer dando su declaración con tanta valentía que eso de alguna forma me permitió tratar de seguir y coincidió que se dio a conocer el correo electrónico de UGénero. Mandé un correo porque mi director de división no quiso recibir mi denuncia y supuse que UGénero me iba a ayudar a hacer mi carpeta”.
El programa de UGénero le ofreció a Paola atención psicológica y fue en una de las cinco sesiones que brinda el programa cuando la psicóloga encuadró su caso y señaló que no sólo había sufrido de hostigamiento laboral, sino también de acoso sexual.
“En ese momento yo era totalmente neófita en cuestiones de feminismo y de género y nada de eso estaba en mi interés ni en mi vocabulario. Yo no sabía lo que me había pasado, sinceramente no tenía un nombre para eso”.
Paola sabía que UGénero no era la vía de la denuncia a menos que lo solicitara expresamente, así que buscó apoyo y asesoría en otras áreas. Continuó investigando por su parte y se enteró que el caso de acoso sexual era un tema que correspondía al Comité de Honor y Justicia, mientras que el acoso laboral se trataba directamente en Derechos Universitarios. No existía ningún departamento en la universidad que tratara su caso de manera integral.
“Me dijeron que en caso de que procediera mi denuncia, a lo más que podían llegar era a los famosos ocho días de suspensión o una amonestación verbal. También me enteré de que en la Comisión de Honor y Justicia estaban dos de sus amigos. No me parecía lógico que una universidad se brincara la ley así nada más”.
Paola continuó con la búsqueda de opciones para que su caso procediera y en ese inter se hizo cada vez más evidente el acoso laboral. En ese camino llegó a la asociación feminista de Derechos Humanos Las Libres y también con el Secretario General de la universidad, pero no logró resolver a su favor. Una de las partes más duras del proceso fue darse cuenta de que sus compañeros le daban la espalda y la señalaban como una persona conflictiva, situación que tuvo que afrontar al mismo tiempo que hacía la denuncia.
La mayor parte del tiempo que dedicaba al cuidado de su casa, de ella misma y de su hijo, lo tuvo que destinar a recolectar información, reunir evidencias, ordenar cronológicamente los hechos y redactar una relatoría que le permitiera avanzar. La corrupción reinante en el área investigadora trabó su acceso a la justicia. Las pruebas que ya se habían integrado en su archivo se perdieron en un momento crucial y más tarde aparecieron como si nada hubiera ocurrido.
“El inicio del proceso fue muy re victimizante pero como profesora fue horrible, pues toda la atención estaba sobre el acoso sexual hacia las alumnas. Nunca se trató mi caso con sus especificidades, lo juntaron con todos los demás y los medían todos iguales. Decían que como era un compañero no había una relación de poder, no lo toman como acoso, misoginia o sexismo. Al contrario de las estudiantes me tomaron como una señora que toma decisiones adultas y que más bien había vivido una mala experiencia, por lo que no estaba en la misma situación de vulnerabilidad”.
Pese a haber recibido más de una negativa, Paola continúa con la denuncia y su caso está por sentenciarse frente al Tribunal de Justicia Administrativa. A partir de su experiencia decidió ayudar a más mujeres víctimas de acoso y mobbing por lo que creó en conjunto con otras colegas psicólogas, una agencia de apoyo a estas víctimas, actividad que la mantiene a flote.
Actualmente continúa dentro de la UG, pero enfrenta grandes dificultades que van de la revictimización a acciones muy concretas en su contra por parte de sus colegas: no le han otorgado ninguna comisión ni cargo administrativo y las condiciones laborales que le permitan desarrollarse dentro de la institución son cada vez más escasas. Día a día lucha contra la apatía, las ganas de tirar la toalla y dejar la lucha que emprendió hace 3 años.
“A veces imagino que el director de la división me mira a los ojos y me dice que se equivocó, que quiere resarcir las cosas, me pide que lo comprenda y que está dispuesto a hacer cambios. Esa es mi fantasía más recurrente y yo me veo diciéndole que sí, que solamente quería que reconocieran que hay ciertas formas de relacionarse que no están bien y que podemos contribuir a que las cosas se resuelvan y mejoren”.
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