La búsqueda de reconocimiento, validar nuestra vida cotidiana o buscar la fama efímera, nos ha llevado a ser parte de las redes sociales.
Las horas de presencia digital se han vuelto una necesidad cotidiana, de lo contrario, pareciera que no existes. Coleccionar views, followers o likes, son la fantasía de los que participamos en el mundo virtual.
Haciendo un poco de historia, fue en los años 90s donde inició esta maravillosa droga de comunicación, evidentemente con redes menos sofisticadas, tales como: Metroflog, ICQ, hi5 o Myspace, por mencionar algunas; pero es a partir de los teléfonos inteligentes donde las redes sociales se masifican iniciando esta adicción obsesiva por desbloquear el celular y entrar a la vida “on line “.
Preocupados más por lo que pasa en redes sociales que por los que sucede en nuestro alrededor, hipnotizados, felizmente manipulados por las corporaciones que manejan estas apps y atenta con nosotros desde la vulnerabilidad de nuestros deseos. Cautivos, compartiendo momentos cotidianos donde nuestra vida ha dejado de ser nuestra, todos queremos ser expuestos, observados, aprobados, comentados a partir de lo que mostramos.
Ansiosos por actualizar los contenidos, saciando nuestra adicción por la dopamina generada por cada like.
Sin importar las horas que permanecemos inmersos en ellas, no queremos sentirnos aislados, necesitamos estar vigentes para saber que seguimos vivos.
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Ahora existen Facebook, Instagram, Whatsapp, Messenger, Tinder, Twitter, tik tok; aplicaciones de comunicación digital para compartir experiencias y fomentar relaciones entre personas, grupos o empresas que muchas veces ni siquiera conocemos.
Con las redes sociales ahora todos saben de nosotros, es una manera de permitir estar vigilados desde la vanidad por ser vistos. Hacer lo que nadie ha hecho, opinar desde el conocimiento o del odio, motivados simplemente por no pasar desapercibidos.
Comenta, comparte, envía, una dinámica sencilla para estar presente, un trinomio de cuadrado perfecto, ¡Wow, sensibilizados por lo que vemos y no por lo que sentimos!.
Cerrar una red social puede ser una experiencia dolorosa, no sabes si algun comentario bueno o malo que digas puede cambiarle la vida a otra persona, milenial, centennial, Generación X, te hace mas digno que ser un hippie de la era digital.
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Inspirar el morbo colectivo, generar contenido con el fin de volverse viral, ahora todo lo que hagas y/o digas importa, las redes sociales son el placebo perfecto para obtener la felicidad que ya no interesa buscar en la vida misma.
Finalmente ser Influencer, Hater, Troll, Stalker, Tuitstar, es más potente que ser tu mismo, beneficiado por un algoritmo que ofrezca soluciones a tus problemas.
Seguir una frase precedida por un numeral (hashtag) que te agrupe en un binomio de bueno o malo haciendo sentirse reconocido y acompañado. Aceptar ser un Rehab de las redes sociales te puede obligar a ser un ciudadano de segunda, que vive desde sus emociones, buscando ser feliz desde lo tangible y hacerte ver a los ojos de los que estan cerca.
Alejarte de las redes sociales puede que te compartas desde la realidad libre y conectar de manera física con otras personas, escuchando desde la sonoridad del diálogo y sorprenderte de lo que eres capaz de hacer sin tener el zoom abierto.
Vivir enredado en las redes sociales evitará que sigas luchando por saber quien eres, de buscar el buen trato incluso de ti mismo, vivir un sin fin de posibilidades de ser feliz aun estando quebrado o roto. De creer en ti sin que nadie evalue tus acciones donde tu ego no sea lo que alimente tu realidad presente.
Pero lo más importante, dejará de enriquecer a quien controla tus deseos con la idea de que tu vida va a mejorar por recibir un Like, dependiendo de tu número de seguidores.
Cerrar o desenredarse de las redes sociales te hará un difunto social sin filtros donde ningún Spam querrá seguramente cargar tu cadáver.
Fernando In-Morales
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