Una figura esbelta envuelta en un manto que le cubre de arriba abajo con sumo cuidado, especialmente en su parte superior, donde esconde su órgano más sensible. Pliegue tras pliegue sus bordes delinean una imagen tan sagrada como milagrosa, que a nadie le resulta ajena.
Se trata de la vulva y su adoración desde la Antigüedad no es para menos: es la parte exterior más visible de la vagina, órgano que contiene el mecanismo de reproducción y resguarda la formación de un nuevo organismo dentro de sí.
El parecido de distintas manifestaciones marianas con una vulva y su comparación distan de ser recientes; sin embargo, durante siglos se trató de un tema tabú, tanto al interior de la Iglesia como en el análisis de la iconografía religiosa, pero ¿por qué las vírgenes se parecen tanto a una vulva?
Aquí un ejemplo: La Señora de Guadalupe es una manifestación mariana que data del siglo XVI, conocida y adorada en todo México y Latinoamérica.
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La figura femenina y la creación.
Una de las deidades más antiguas de las que se tiene registro es Isis. La diosa egipcia, representada como una mujer (un hecho particular para un panteón que se distinguía por dioses mixtura entre humanos y animales), era la madre de las demás deidades, además de símbolo inequívoco de la fuerza fecundadora de la naturaleza y diosa del nacimiento.
Es probable que el incipiente cristianismo adoptará la figura de Isis como inspiración para las primeras manifestaciones de María, dada su representación romana y la exposición de la deidad en el mundo entonces conocido, forjando la iconografía que conocemos como símbolo de pureza. Estos vínculos entre la capacidad divina para procrear y su simbolismo en el mundo antiguo influyeron de forma determinante en las vírgenes católicas, todas representación de María.
No es ningún secreto que María de Guadalupe sea un producto de la mezcla entre la tradición católica y la Tonantzin-Cihuacóatl, deidad del panteón azteca, madre de los dioses y creadora de la humanidad.
Basta con inmiscuirse en las crónicas para confirmar que siglos antes de convertirse en el principal punto de adoración a Guadalupe y sitio de sus apariciones, el Cerro del Tepeyac era un sitio sagrado en nombre de Tonantzin, diosa de la fertilidad igual que Isis.
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El Sol y la Luna, dos elementos antagónicos reconocidos por el grueso de culturas antiguas aparecen plasmados en la Virgen de Guadalupe, y siguiendo el canon de la iconografía flamenca-alemana, hacen alusión directa a la fertilidad. Esta imagen parte de los principios de representar a una mujer celestial que, al mismo tiempo, simboliza la lucha del bien contra el mal y carga en su vientre al hijo de Dios.
La aureola que rodea a algunas representaciones marianas –y resulta especialmente visible en la Virgen de Guadalupe– es parte de la tradición iconográfica de la mulier amicta sole (mujer rodeada del Sol) que une a la figura femenina con el Sol. La Luna es un elemento más que representa a la fertilidad en un sinfín de culturas de la Antigüedad. El vínculo entre el satélite natural de la Tierra y la creación de vida surgió casi de forma unánime por una sencilla razón, el periodo menstrual y su coincidencia sincrónica con el ciclo lunar.
Carentes de una explicación contundente sobre los cambios en el cuerpo femenino adulto a lo largo de 28 días, las transformaciones de la Luna en la bóveda celeste parecían proveer pistas sobre el sexo, la fecundidad y el origen de la vida. En la Virgen de Guadalupe, una Luna creciente aparece sobre sus pies, completando el cuadro de la mulier amicta sole.
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