… Después de cocinar una ración de pasta, con una calabaza tierna, un poco de aceite virgen, un huevo y un paquete de espaguetis de la más barata calidad, ingredientes suficientes para satisfacer mi hambre. Me senté en la mesa, acompañado por la mirada atenta de mis perros que esperaban con particular astucia alguna borona que cayera del plato al piso.
Me dispuse a cenar mientras me preguntaba por no había hecho una despensa decente que dignificara las alacenas de la cocina. Todo por ese maldito hábito de cuidar mi economía, como si ahorrar un poco de dinero satisficiera la incertidumbre de mis pensamientos de cultura tercermundista.
Lamentablemente vivo en un país donde me he acostumbrado a dejar de creer en una prosperidad posible. Deje un cigarro consumirse en el cenicero que se encontraba en la mesa del comedor. Estaba ahi, solo, dejándome ser nadie, sin alas, devaluado hasta por mi ser pensante, alejado de la excusa de no tener suficiente dinero, en este país muy poca gente tiene dinero suficiente.
Con los auriculares mal colocados en los oídos, escuchando canciones ramplonas de los años 70s de protesta latinoamericana, como una suerte de milagro, recordé que en esa década había nacido. Viviendo desde entonces, una ojete, furibunda y ñoña realidad emocional que va y viene sin desaparecer en mis casi cincuenta años.
Fué durante mi ingesta de carbohidratos donde mis recuerdos infantiles me invadieron como mariposas de colores ocres y, como lo que no progresa regresa, revise las imagenes que venian a mi mente de manera gratuita de lo que fueron los primeros seis años de mi historia. Desde un pensamiento crítico deje que las imágenes me ayudaran a entender lo que soy ahora, sin que ese ejercicio terminará en una tristeza de forma súbita.
.
Yo nací un veintinueve de julio de mil novecientos setenta y cinco, alrededor de las nueve de la mañana, bajo el signo de leo, según la narrativa de mi madre después de un peregrinar de hospitales, me dio a luz en una clínica privada con sabanas calientitas y limpias que por sus ovarios y por mi necedad pretenciosa neonatal me hubiera sido imposible salir de su vientre en un diminuto cuarto con una partera cualquiera.
Cabe mencionar que por decisión propia muchos pasajes de mi infancia estan extintos de mi memoria, dejando solo los que me hacen menos daño, esta selecciòn la hice seguramente desde antes de saber leer o escribir.
Fui un niño con una inteligencia asombrosa, creo. Esa idea de mi mismo también como muchos otros talentos que me he tenido que inventar para sentirme orgulloso de mi existencia. Desde niño busque el lado interesante de las cosas, comprendía la realidad desde una óptica adulta, podia entender la conversación de los grandes, tenía respuestas de muchas preguntas que ellos se hacían, solo deseaba poder crecer al dia siguiente.
Casi no me equivocaba porque entendía los riesgos que sucedían después del error. Interiorizando durante mi infancia que no había para mucho, que la ilusión era para infancias con mejor presupuesto. Sabía que vivía en un mundo de adultos donde seria dificil se me tomara en cuenta. Me acostumbre a no tener una celebración o un pastel de cumpleaños, agua caliente, papel higiénico, pan dulce, helado de pistache del carrito, regalos de reyes magos, canciones de cuna, osito de felpa, libros para colorear, juguetes nuevos, incluso, creer en Santa Claus.
.
Durante mis primeros seis años, no había suficiente dinero para gastar en comodidades, ni en celebraciones. Se trataba de estar callado sin pedir, sin exigir, sin hacer berrinches, sin tirarse al piso, sin compararse con el resto de los niños.
Mi infancia consistía solamente en dar vueltas en un triciclo viejo por los pasillos de un mercado que estaba en la esquina de la calle de la casa. No me gustaba tener los zapatos sucios, me hacían recordar la marginalidad y el desamparo, tampoco me gustaba llorar, las lágrimas me dejaban una sensación de fragilidad que no ayudaban en mejorar mi confianza.
El miedo y la debilidad te hace presa fácil en un mundo de predadores. No hay nada peor para un niño que sentir la frustración de los mayores. Había algo de mi que incomodaba, me corrían de todos lados, con una mirada entendía cuando tenía que retirarme. Era distinto, sabía que no quería ser de mis hermanos una fotocopia. No tuve amigos, me sentía desigual, estaba muy desprotegido, el rechazo que sentía me hizo inseguro de ser aceptado. Tampoco tuve un perro, ni una cama para mi solo, ni una pijama con planetas. No sabia de súper héroes, de un amigo invisible, solo tenía el poder de creer en lo que imaginaba.
Había lo que había, sin chistar. La diferencia social aprendi a notarla por que me la hicieròn notar.
No tenía juguetes, al menos haciendo memoria, pero ni a Santa Claus ni a mis padres adjudicó esa culpa.
La navidad transcurría en la casa como un cinco de marzo sin adornos, sin espíritu. Siempre he pensado que la Navidad es para los niños y a mi como muchas otras experiencias infantiles no se me procuraron. Me daba en esas fechas el mismo dolor en el estómago que siento ahora pero a diferencia en medio de mi casa que he construido para mi y acostumbrado a estas conversaciones a solas, puedo abrazar a mi yo niño, agradecido por haberme ayudado a elegir bien, por haber aprendido que el placer se integra a la felicidad cuando se hace lo que se desea hacer.
Orgulloso de poder ser de mi mismo mi propio ejemplo, donde con poco como cuando era niño puedo ser feliz y si vuelve la Navidad puedo vivirla como un cinco de marzo sin prestar atención a esas cosas que supuestamente le dan un valor distinto, ahora que con mis poderes me he convertido en mi propio superhéroe.
Concluyó diciendo, el mundo de adultos después de los cuarenta es más divertido cuando un plato de pasta preparado por ti y rodeado de tus recuerdos que son la garantía de tu valor sea igual de placentero mientras revivas tu infancia sin sentir hacia ti la más mínima pena.
No Comment