Normalidad y optimismo tóxico


¿Cuándo se acaba la contingencia sanitaria por el COVID-19? ¿Cómo se va a regresar a las escuelas, a las universidades, a las oficinas, a las fábricas, a los talleres, al trabajo? ¿Cuáles son los protocolos de sana distancia? ¿Vamos a regresar a la normalidad? ¿Qué es la normalidad? 

Hay cientos de preguntas flotando en el aire que abonan a la incertidumbre. También se están dando muchas respuestas y la gran mayoría se resumen o apuntan a una respuesta que incluye un depende “¿De qué depende? De según como se mire, todo depende”, dice la canción de Jarabe de Palo, que cantaba  Pau Donés quien murió a penas a hace unos días y ese es el matiz de todas las respuestas, un depende.

Regresar a la normalidad es una ilusión, ante la incertidumbre y el caos. Lo que sabemos es que habrá una “nueva normalidad”, aunque preferimos el pasado, el querer hacer las cosas como se hacían antes, el apostar por “lo malo conocido que lo bueno por conocer”, frase popular que refleja la resistencia al cambio y a buscar el repetir lo ya hecho, a querer que todo sea como antes de la pandemia. 

No hay manera de regresar el tiempo, ni desde la física, ni desde el tiempo social. El cambio se presentó. Si bien pareciera que algunas cosas no se modificaron, es seguro que estás se modificaran en los siguientes meses e incluso años. Hay cambios inevitables, otros son necesarios si le damos valor a la salud  ante el COVID-19, no solo será usar cubre bocas, lavarnos las manos o usar gel antibacterial. Son cambios que serán parte de un nuevo reacomodo de las relaciones laborales, de la manera de percibir el mundo, de la forma de cómo se hará el trabajo en casa. Se cambiarán las prácticas educativas en las escuelas, colegios y universidades. Habrá cambios en formas de atender a los clientes en tiendas, bancos, farmacias y mercados. Se tendrán que crear nuevas formas de atención ciudadana por parte del gobierno.

Se irá construyendo una nueva vida cotidiana. Se harán ajustes y más cambios, en lo que vamos creando nuevos mecanismos y acuerdos de interacción social y humana, para poder saber estar y ser con otros y otras de la mejor manera. No será nada fácil. Si la pandemia mostró la dificultad que tenemos como sociedad para acatar las medidas establecidas por la Secretaria de Salud, ahora hacer cambios del orden cultural y educativo será todo un desafió, que va requerir más que solo buena voluntad y mucho más que una predisposición para observar y entender la realidad. La nueva normalidad requiere asumir un mínimo compromiso con todos y todas.

Una de las estrategias para enfrentar la realidad, por dura o cruel que sea es la negación. Hacer como que no ha pasado nada. Cerrar los ojos, no querer aceptar la realidad, los hechos, pero no es la mejor estrategia hasta donde se sabe a nivel psicológico y de los procesos del desarrollo humano. Sin embargo, una de las cosas que ha estado pasado en los últimos meses, es la aparición cada vez más frecuente de “animadores optimistas”, que plantean estar  todo el tiempo haciendo cosas, pintando, aprendiendo algo nuevo, haciendo ejercicio, preparando recetas de cocina, para ser productivos y rentables, pero sobre todo para no pensar y no sentir emociones y sentimientos negativos.

En las redes sociales hay una promoción y venta de un “optimismo tóxico”, que entre videos, podcast, charlas motivacionales, memes y distribución de frases  “positivas” se ofrece la idea de que se tiene que ser feliz a toda costa y todo el tiempo. Se anuncia el que “nadie puede quitarte la sonrisa”, “que no debes permitir sentir las emociones y sentimientos negativos”, “que todo es alegría”. Se trata de negar y encubrir la tristeza, la nostalgia, la pena, el dolor, la ansiedad, entre muchas emociones y sentimientos. Se trata impulsar un pensar solo en lo “positivo”  como un simple acto de fe, como usar un conjuro mágico o solamente seguir al pie de la letra las instrucciones de algún coach ontológico o de vida, o de repetir como si fueran mantras las frases motivacionales de algún un libro de auto ayuda. 

El problema de esta estrategia, que también crea un mercado de consumo y de seguidores, es que se centra en querer negar lo que se siente cuando es algo que duele o lastima. Promueve evitar reconocer y expresar las emociones negativas, -y que muchas de ellas como sabemos se han hecho presentes durante la cuarentena- y que muestran la dimensión afectiva y emocional que tenemos las personas, pese a este “optimismo superficial”, que no tiene nada de “normal” querer negarlas, esconderlas o reprimirlas. Sigmund Freud ya lo había señalado: “Las emociones inexpresadas nunca mueren. Son enterradas vivas y salen más tarde de peores formas”. 

Este optimismo tóxico está abonado a la crisis de salud mental  y de malestar emocional que se expande en la sociedad y  están apareciendo situaciones más críticas de lo emocional y con más frecuencia en los hogares y en las personas, a través síntomas de ansiedad, euforia, irritabilidad, afecciones intestinales, ira, hipertensión, enojo irracional, agresión, depresión, así como diferentes tipos de violencia e incluso el suicidio.

Mantener un optimismo forzado es tóxico. Implica un desgaste emocional muy fuerte. Sostener que todo va a estar bien, sin hacer acciones para crear escenarios y condiciones que posibiliten construir soluciones a los problemas reales que se enfrentan, crea una dinámica interna que daña más de lo que ayuda. 

Es cierto que todos estamos con la idea y con la esperanza de las cosas tendrán que ir tomando su lugar, que vamos a mejorar, pero esa confianza, implica aceptar los cambios que están sucediendo y se tendrán que hacer los ajustes necesarios de diferente orden, ya sea en el empleo, los ingresos o el  cierre de negocios y de empresas, o el se difieren proyectos, entre otras cosas. Habrá que tener esperanza, pero no una esperanza ingenua, sino, una esperanza centrada en la realidad, que acepta y ubica las dificultades y las condiciones que la vida presenta en este momento, reconociendo lo que se siente y lo que se piensa.

Asumir la nueva normalidad, implicará entender que se necesitará ayuda profesional en muchos casos para hablar de lo que se siente, de poder pensar sobre lo que se ha vivido en estos meses, y de lo que se tendrá que afrontar en los tiempos venideros. Se requiere hablar de lo que se ha sufrido y también de reconocer lo bueno que ha pasado, por ejemplo, el ir asumiendo que la pandemia ha permitido y puede ser una oportunidad para  muchas personas, para poder iniciar un proceso de conocimiento personal, de aprender a darse cuenta de cosas que no veía y que estaban ahí y que dañan y lastiman a la propia persona y las personas con las que se convive todos los días. Habrá una nueva normalidad y la tendremos que ir definiendo entre todos y todas, será un largo proceso y en mucho dependerá de nosotros y nosotras el hacer que esa nueva normalidad sea más sana, más libre y sobre todo más humana. 

Previous Diabetes y Covid-19
Next Peña Nieto está bajo custodia policial en Madrid, afirma el asesor antimafia, Edgardo Buscaglia.

No Comment

Deja un comentario