Suena el despertador, lo apagas de un toque, saltas de la cama directo a tomar un baño para iniciar tu día; a la mitad del mismo te das cuenta que el vecino del depa de arriba te observa desde su ventana escondido, lo mismo pasa con los adolescentes que se juntan en la azotea del edificio y cuya práctica ya es bien conocida.
Harta de lo mismo gritas cuánta grosería conoces mientras sales corriendo del baño. Rápidamente te arreglas mientras tratas de dejar atrás el contratiempo mañanero que es desde hace meses ya parte de la rutina.
Sales de tu edificio, apuras el paso hacia la parada del camión ya que aún no sale el sol, la calle es larga está obscura y sola, al pasar junto a ti un carro frena su marcha y baja su ventana para exclamar una frase por demás asquerosa:
-“¡Ese culo no debería de estar caminado, yo te llevo sabrosa!”-
Lo ignoras, asqueada, aceleras el paso para encontrar refugio entre la gente que sube al camión, tomas asiento y por la ventana observas al tipo del carro como se masturba mientras te ve y hace señas obscenas.
El transporte inicia su marcha y te relajas por unos momentos, estás dentro de la seguridad del camión que viene al tope, a tu lado un anciano viene más dormido que despierto, al parecer el camino será tranquilo te relajas y el sueño te vence de pronto.
Abres los ojos y justo ves al anciano acariciando tu pierna, el mismo anciano que antes de dormirte pensaste era parte de un entorno seguro. Te pones de pie y llegas al pasillo en un solo movimiento, empujas lo más fuerte que puedes al anciano para abrirte camino, la gente te reclama y chifla, pero no estás dispuesta a hacer una discusión de esto prefieres bajar dos paradas antes de tu destino.
Porfin llegas a tu trabajo, 10 minutos tarde, en cuanto pisas la oficina recibes el recado que tu jefe quiere hablar contigo de inmediato. “Lo que me faltaba” se escapa en voz baja y das la vuelta hacia su oficina, con una idea de lo que está por suceder.
-¡Otra vez tarde! ¡Siempre es lo mismo contigo y ni empieces que siempre hay algún pretexto contigo!- vocifera tu jefe en cuanto entras, cierras la puerta apresuradamente para evitar mayor humillación en tu trabajo.
Sin embargo, una vez que están a solas la actitud cambia radicalmente de un verdugo a un posible salvador. Lentamente comienza a recordar todos tus retardos, lo hace mientras se mofa de lo que el llama tus pretextos, pues argumenta que todos tienen que ver con que alguien siempre te quiere hacer daño o tienes miedo de los demás y para rematar comenta “tal vez si no fueras tan hermosa y no te vistieras así llegarías a tiempo” para seguir con un argumento que no es la primera vez que escuchas salir de su asquerosa boca “si tú me ayudas a ayudarte no te volverías a preocupar por llegar tarde, ¿Qué tanto es una chupadita a la semana? Es más déjame darte una buena cogida y te subo de puesto a uno más alto”. La rabia se agolpa en tu pecho, reaccionas dando la vuelta para salir azotando la puerta tras de ti, miras el reloj y apenas son las 9:00 am ¡VAYA DÍA DE MIERDA!.
Transcurre el día sin mayor contratiempo hasta tu hora de comida, en ese momento recibes una llamada de tu jefe diciéndote que no podrás salir a comer para recuperar el tiempo de tus retrasos, tú ya sabes que lo que realmente quiere es quedarse a solas contigo, escapas de inmediato argumentando una cita con un cliente.
De regreso al trabajo, concentrada en el papeleo hasta que escuchas a los compañeros hablar de sus “proezas” sexuales con otras personas de la oficina, refiriéndose a ellas como si fueran objetos parte de una colección. Llena de náuseas te levantas de tu escritorio camino al baño, puedes sentir las miradas al pasar entre ellos, esas miradas lascivas que pareciera que te lamen cada lugar donde sus ojos se posan, casi corriendo te refugias en el sanitario.
Y así se escurren las horas laborales, entre albures, ofensas y demás comentarios por demás ofensivos. Afortunadamente ya es hora de partir, juntas tus cosas y aprietas el paso antes de que tu jefe empiece a insistir en darte un aventón a tu casa.
Subes al transporte público con dirección a tu gimnasio, una odisea más en la caja de metal y ruedas.
Ahora sí, estás en un espacio y momento solo para ti, para relajarte y estar bien físicamente, comienzas tu rutina no sin darte cuenta que los hombres aprovechan para poder verte en ciertos ejercicios, algo que ya es una costumbre.
Acabas la rutina muerta de cansancio físico y mental, hoy eras la única mujer en el gimnasio y todas las miradas te acompañaron durante todo el entrenamiento, cómo sanguijuelas drenando tu última pizca de paz que te quedaba.
El camino de regreso es corto, no mayor a 4 cuadras pero de todo el día es el que más temor te da, decides no arriesgarte y pedir un auto de plataforma aunque esto acabe con el dinero que sería tu almuerzo del día siguiente.
Apenas subes y se esfuma la sensación de seguridad debido a que el chófer te pregunta “¿Tan guapa y sola?”, aprietas los puños y lo ignoras, esperas que el camino termine lo más pronto posible.
Por fin llegas a casa, cierras la puerta apresuradamente tras de ti y pones el doble seguro, por fin segura, por fin a salvo, por fin tranquila, por lo menos hasta que vuelvas a salir a la calle.
Y es aquí donde uno se pregunta ¿Esto es vida? ¿Será así siempre? ¿Merezco esto? Entre Miles de cuestionamientos más la única respuesta es que está vida no es vida, es una muerte lenta, un constante tormento por haber nacido mujer, una culpa atada al cuello que cada día aprieta más y más. Y viene la última pregunta a tu cabeza, el último pensamiento de tu día es: ¿HASTA CUANDO NOS DEJARAN DE MATAR?
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