Actualmente vivimos en el país de cada quién de acuerdo a la percepción dos escenarios, el debate político se ha polarizado entre los representantes con poder de un círculo reducido, acostumbrado a los privilegios y los millones de mexicanos que conforman los sectores poco favorecidos de la sociedad.
Una discusión necesaria en el devenir democrático pero que pareciera no logra encontrar un punto de equilibrio. La imagen presidencial poco a poco vuelve a retomar el título de representaría de un poder ejecutivo que perdió la confianza entre sus gobernados con la intención de recuperarla de ese abismo en el que había caído.
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El slogan de Primeros los pobres abanderado por el gobierno ha generado opiniones diversas que transitan desde la empatía absoluta hasta la inconformidad exacerbada. La separación de poderes se va afianzando dejando atrás esa mala práctica de tutela donde el poder ejecutivo tenía la última palabra aunque en la discusión en ocasiones se diga lo contrario.
Estamos frente a una realidad que comprende “Dos Mèxicos Diferentes” por un lado el que defiende desde la democracia genuina una serie de cambios radicales reforzada con programas de bienestar social, apostando a la mejoría de las clases marginadas, apoyando la construcción de obras magnánimas, evidenciando la corrupción institucional y de cuello blanco, asumiendo parte en el desmantelamiento de una maquinaria que funcionó desde el de abuso de poder y que tuvo vigencia por mas de treinta años, buscando se nos garanticen desde la paz las libertades, exigiendo la igualdad de género y el respeto absoluto a las minorías y a los derechos humanos.
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Y el de unos cuantos que desde su mezquindad se repartían los recursos de un país, sobornando a instituciones y autoridades con el fin de lograr el bien propio, una especie de virreinato escondido en la narrativa de la búsqueda del progreso nacional, protegidos por el discurso mediático donde parecía todo estaba bien mientras en la oscuridad se protegían unos a otros del robo efectuado a manos llenas, vaciando sin remordimiento las arcas públicas, acostumbrados a la manipulación de lo que se debía decir o pensar.
Generaciones de Gold diggers escondidos bajo el escudo de partidos políticos vanagloriados por acceder a una formación en universidades exclusivas extranjeras, la mayoría con un perfil claramente clasista, soberbio y con pretensiones de conducir a una nación hacia la modernidad que no acabo mas allá que en una descomposición apestosa endeudando hasta a los que aún no han nacido en intentos fallidos de eximir culpas en un road trip dándose baños de pueblo más vulgares que baratos.
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Sobre esa realidad estamos todos de pie, intentando recuperar lo perdido, pidiendo regresen lo que se robaron, en un discurso de igualdades que no termina por caer donde la Teocracia pende de un hilo haciéndole guiños al significado de la democracia.
Ahora que se el agua y el aceite se separan como parte del resultado de la química de la injusticia, ahora que el país busca recuperar su propia autoestima, ahora que la mayoría decide politizarse cansada de lo que define como mal trato intentando reedificar una nueva interpretación del sentir nacionalista igual de devaluado que el peso y la dignidad, ahora que se han caído las entretelas de la mentira, ahora que empezamos a dejar de ser los que éramos, ahora que todo tiene un espacio en el diálogo y la discusión en el entorno que habitamos, ahora que entre todos hablamos aun sin llegar a ponernos de acuerdo, ahora que no pertenecemos a un mismo rebaño.
Ahora que todos podemos alzar la voz defendiendo en lo que se crea. Es momento entonces de buscar una unión donde la prioridad sea el bienestar de todos y no el de tan solo unos cuantos. La meta es conseguir el país que el país mismo grita pidiendo salvarlo. El golpismo absurdo como el poder en manos de uno solo NO favorece a nadie y solo nos hará el mismo daño.
No importa quien tenga la razón sí la razón nos hace sordos y el acero aprestad y bridón nos hace seguir como jueces amparando la mafia de la corrupción intentando silenciar con la falta de resilencia al sonoro rugir del cañón.
Fernando In-Morales
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