Escribo esto desde un salón de tatuajes, esta área -como todas- ha sido también tocada por el COVID-19. Quizá sea el espacio el que remite a la Gran Ola de Kanagawa, pareciera que en un remanente de su agua, mezclada con cloro, limpio las suelas de mis zapatos; alcohol en gel en las manos; distancia física; cubrebocas coloridos, como confetis para una fiesta en la que nadie quiere estar.
El Guanajuatense, esa palabra en que Diego Rivera se identificaba y contenía, da ahora cuenta de decenios de industrialización con un soporte social precario, constantemente desequilibrado, como un plato en la orilla superior de un palito con el que juega un payaso en las esquinas de los bulevares, para luego pedir unas monedas.
El 50.9% de Guanajuatenses se encuentran por debajo de la línea de pobreza por ingresos, según datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) 2018.1
Acá, como en todo el país, como en todo el mundo, medidas más o menos oportunas se van transformando y su pertinencia queda al juicio de quienes las siguen, pero principalmente de quienes menos las siguen. Esos a quienes pensamos lejanos, esos que ahora sufren las consecuencias de no acatar medidas para protegerse de algo que no pueden ver y en lo que no pueden pensar. Gran parte de ellos, con menos o más dinero en el bolsillo, pero con la misma urgencia, ocupados pensando en qué van a comer, con quién encargarán los niños, si perderán el empleo en el próximo recorte de personal o si tendrán que cerrar su empresa. Esos que llenan su consciencia de estímulos para evitar pensar si ya se contagiaron en el autobús, en la fila del banco o cuando el compañero estornudó, ese compañero del que se piensa que finge estar bien pero en realidad está enfermo, el que dice que el médico de la farmacia similar le dijo que no es COVID-19, ese que preferiría ir a casa a descansar pero irá a su segundo trabajo como valet parking en un restaurante caro, de esos en los que te checan la temperatura y te pasan por una máquina que saca vapor desinfectante, para luego terminar sentado a la misma distancia de otros que en cualquier fonda con pocas mesas.
Los días, las semanas, los meses pasan y el ánimo de cuidado va cayendo, como cuando la selección llega a los penales. Se presiente el fin, pero en Guanajuato ya hace mucho que la vida no vale nada y la muerte acecha, muerte que comemos en calaveritas de dulce, dulce que ahora es azúcar en la sangre y eleva la posibilidad de morir por cualquier enfermedad, incluida la posibilidad de morir de SARS CoV-2.
En el estado de Guanajuato la prevalencia de sobrepeso y obesidad en adultos de 20 años y más es de 71.3% para las mujeres y de 65.6% en los hombres, según datos de la Secretaría de Salud de Guanajuato en el 2018.2
Así andamos la vida ahora, frágil como siempre, pero con mayor consciencia de ello, consciencia que se apabulla y elige no creer, consciencia que transforma la vulnerabilidad en violencia ante quienes demandan dar cuenta de que su estilo de vida está pendido con alfileres.
Sólo el 19.7% de Guanajuatenses son población NO pobre y NO vulnerable, de acuerdo con datos del CONEVAL 2018.3
De ellos se espera usen un tapabocas y eviten escupir el hartazgo de un evento que no eligieron, un evento que no pueden creer consecuencia de una acción aparentemente tan pequeña como que alguien haya comido algo inadecuado al otro lado del mundo.
A estas personas exigimos sigan las normas de la ciencia, esa que les queda tan ajena.
71% de los mexicanos muertos por Covid-19, con escolaridad de primaria o inferior, según el estudio “Mortalidad por Covid-19 en México. Notas preliminares para un perfil sociodemográfico”.4
Guanajuatenses mayores de los 50 años tienen en promedio estudios de primaria trunca, según el estudio “La educación en Guanajuato: Un futuro lastrado por el pasado”.5
Esperamos de ellas la fortaleza que no tendrán cuando una llamada les avise de la muerte de un familiar y no puedan entender el mensaje, sólo escucharán un ruido ininteligible, un montón de palabras juntas que no dirán nada.
Aquí necesitamos alguien que semeje una Tota Carbajal y nos haga creer que permaneceremos, una Soraya Jiménez que cargue con toda la presión sin desfallecer, una Laura Galván que nos lleve a la meta en tiempo récord. Necesitamos liderazgos nacidos de la disciplina, esa indispensable al menos hasta contar con la vacuna. Aquí y ahora te necesitamos líder, usando el cubrebocas, promoviendo el autocuidado, comprando local. Surfeemos en unión esta Gran Ola.
https://www.coneval.org.mx/coordinacion/entidades/Guanajuato/Paginas/Pobreza_2018.aspx 1,3
http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0188-62662018000700003 5
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