Sobre obsesiones y recurrencias perversas: La obra de Balthus.


Fue un artista polaco- francés que, entre otras, retrataba niñas y mujeres adolescentes más allá del simple retrato.

Él consideraba que las niñas que representaba eran sencillamente “ángeles” y en tal sentido éstas poseían un inocente impudor propio de la infancia y rechazaba que sus perturbadores cuadros fuesen morbosos.

Un cuerpo de trabajo protagonizado por niñas que ni siquiera han rozado la madurez; inocentes, pero desnudas. Algo nos inquieta. El morbo es latente. El deseo se apodera de cada imagen, de cada presencia y postura dentro de la obra de este pintor figurativo. La tensión sexual que transmiten sus obras no es sana.

 Se trata de la obra de Balthasar Klossowski de Rola (1908-2001), mejor conocido como Balthus: una de las personalidades más enigmáticas entre los pintores del siglo XX.

Opinaba que el término “pornográfico” debe ser revisado ya que según decía, por ejemplo: “las modelos de publicidad de productos de belleza parecen tener un orgasmo”. Pese a ser considerado perturbador y escandaloso entre ciertos sectores sociales, Balthus, se defendió de quienes veían una sombra de suciedad en sus niñas impúberes, sosteniendo que nunca se acercó a las modelos con intenciones morbosas.

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Lo llaman el maestro del morbo, de las lolitas. Empezó a pintar desnudos de mujeres en posiciones eróticas y voyeurísticas en el año 1930; desnudos de niñas con los que rompió esquemas y creó polémica con obras como “Lección de guitarra”. 

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Siendo transgresor, fue ganando popularidad en el mundo del arte, llegando a tener por comprador a el mismo Pablo Picasso y siendo admirado por André Breton.

Si a Balthus le interesaban las menores, el lienzo se volvió su coartada para hacer de un acto perverso algo bello y relativamente aceptable (por ser arte). Lo terrible de las historias que nos cuenta, de las posturas e imágenes que nos presenta y el erotismo exacerbado, se rebaja al crear obras estéticamente impecables y bellas. Así de poderoso (y de peligroso) llega a ser el arte.

Alguna vez el pintor, excusando su práctica perversa, se justificó diciendo que para él “las niñas son las únicas criaturas que todavía pueden pasar por pequeños seres puros y sin edad. Las lolitas nunca me interesaron más allá de esta idea”. Por mucho que afirmarse idolatrar la pureza, lo propio de la infancia, el silencio de su obra y el tenebrismo alude al lado oscuro, a la corrupción y al deseo.

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En muchas de sus obras, acompañando a sus jóvenes en posturas retorcidas y sugerentes, inundadas de una luz que parece anunciar lo peor, aparece un gato. Este ser participa de la escena, es espectador.

El animal simboliza la dualidad y la ambivalencia, así como se retrata una inocencia (falsa), se apodera de las escenas la maldad. El gato es el elemento de la obra que delata al pintor presagiando que lo que se ve no es tan inocente como quiere hacernos creer el artista..

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La última musa de Balthus tenía tan sólo ocho años cuando empezó a posar para él. Cada miércoles, durante ocho años (hasta que cumplió dieciséis) Anna Wahli posó para el artista que ya era un anciano, y que a causa de problemas de vista por la edad, cambió el lienzo por la cámara de fotos polaroid, para capturar sus últimas ojeadas a la inocencia.

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