Mucho ha cambiado en la manera habitual de como veíamos la realidad en el año que llevamos padeciendo la pandemia del Covid-19 particularmente en el terreno emocional y afectivo.
Con la aparición de un virus egoísta que nos atrapó de repente alejándonos del gusto por el contacto físico, limitados a convivir, casi extinguiendo la posibilidad de reunirnos a libertad y con la capacidad incluso de controlar él instinto sexual sin antes pedir una prueba negativa de PCR. El temor ha un posible contagio por el simple echo de estar cerca o hablarnos de frente a vuelto invencible la biología de este agente patógeno, lo peor, es que llego para quedarse. Ser diagnosticados como positivos no ha permitido que caigamos en la resignación, si no por el contrario, dejamos que el miedo sea quien empiece a sanarnos.
A estas alturas todos hemos sentido la presencia del virus ya sea a través de una experiencia ajena o directa, siendo testigos de alguna de las miles de muertes derivadas por las complicaciones de la sintomatología mezcladas con otra morbilidad. Hablar de la pandemia se ha vuelto un trending topic en todas las mesas de conversación, formando grupos de opinión diversos donde la apatía y la incredulidad han dejado de ser parte de esta nueva realidad.
Algunos han aprendido a contrarrestar los efectos negativos intensificando prácticas de higiene personal y de salubridad con medidas de cuidado básicas o extremas dependiendo del nivel de paranoia que haya provocado en cada quien la percepción de vulnerabilidad mientras otros siguen en una diatriba contra las recomendaciones de salud pública.
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Transformados en una población nerviosa casi histérica, preocupada por la falta de abrazos libres y demostraciones de cariño. A un año con la masificación del contagio y con millones de fallecidos alrededor del mundo, la aparición de las primeras vacunas han cambiado el rumbo del debate, hay quienes están a favor de la inmunización de los grupos vulnerables como medida de contención en las cadenas de contagio mientras otros siguen dudando en la efectividad del biológico.
Lo que es una verdad a todas luces es que estamos vislumbrando un panorama medianamente esperanzador, a pesar de que la tan mencionada curva siga jugando con nuestra tranquilidad desde la duda de no saber que va a suceder mañana mientras seguimos a la espera de vacunas que dificultan por la insuficiente producción, la hoja de ruta que acelere la prometida llegada.
Por lo mismo hemos decidido dejar la tutela de nuestra libertad en manos de las organizaciones de salud, permaneciendo atentos a las indicaciones de un gobierno convertido en un portavoz para que a su consideración nos abra un poco del libre tránsito del que gozamos o decida en que momento debemos regresar al encierro a un aislamiento como parte de un mismo rebaño.
Finalmente en la civilidad, debemos mantener el orden antes del caos aún con estas prácticas se limite el libre albedrío, sacrificando el derecho de ejercer la autonomía de poder decidir sobre nosotros mismos.
Estamos aprendiendo a vivir con obediencia en la nueva realidad, el dedo acusador ha dejado de apuntar a quien intente birlar los protocolos de salud pues hay quienes deben salir a buscarse la vida a como de lugar. La esperanza de volver a ser los que éramos cada vez está más latente, la paciencia este llegando a una encrucijada donde la desesperación insiste en rebelarse en lo que pareciera una guerra simulada sin culpables.
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Negocios que han cerrado, bolsillos resentidos por una economía debilitada, entornos familiares sometidos a un estrés involuntario, la fatiga emocional, la depresión, él desempleo y la tristeza no han menguado el sentido natural para que la vida siga.
La resiliencia ante las situaciones adversas ha tomado las riendas de lo que ha sido un camino largo, ayudando a no caer en un calabozo desalentador y por consecuencia traumático.
Es muy pronto para tener un balance exacto sobre las consecuencias de esta pandemia mundial, sesgada entre la prueba y el error pero lo que si podemos hacer en el aquí y ahora, es una propia pirámide de Maslow, ya sea física o mental donde prioricemos mejorar la calidad de vida con acciones seleccionadas en un orden que nos motiven a vivir un poco más sanos, aptos para sobrevivir a cualquier nuevo virus que en el ADN contenga proteínas letales y poder debilitar el brote de cepas con material genético altamente depredador.
Los riesgos de una vida sedentaria no le ganarán a vacunas por muy avalado que sea el laboratorio de donde provengan.
Fernando In-Morales
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