Cuántas veces hemos escuchado la frase “Hay que mejorar la raza ”. Desde la intención aspiracional, dicha con fines para mejorar rasgos físicos en la descendencia después del apareamiento o para entablar relaciones sentimentales, siempre y cuando cumplan los requisitos de aprobación social establecidos en la tabla de valor por simple apariencia. Una expresión basada en criterios clasistas, terriblemente sobrevalorada en la narrativa del pensamiento nacional y que explica en gran medida el racismo interiorizado en el ADN de la sociedad.
Vivimos en un país donde ciertos privilegios todavía suceden según la condición económica además del color de piel. Por ejemplo, ser werit@, con ojos de color y con mayor poder adquisitivo son rasgos que aún importan en los parámetros de belleza dentro de la estética comercial dominante, relacionándolos con la llamada “Gente Bien”.
Por el contrario, a la población de tez morena y con ingresos limitados, seguimos considerándola inferior a pesar de que existan personajes con estas características, que con sus capacidades y talentos han roto la detestable regla, logrando sobresalir en diferentes disciplinas, pero aún con eso, no hemos superado esa franja de división entre ricos y pobres.
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Las conductas discriminatorias se acentúan dependiendo del estrato social al que pertenezcas, pero se robustecen dependiendo el código postal del que provengas.
Poco a poco el canon de belleza se ha vuelto más diverso, donde el color de piel favorecido, va perdiendo supremacía, pero por desgracia, NO ocurre lo mismo, con las diferencias socioeconómicas. El discurso sobre igualdad, cada vez está más presente en las conversaciones, mínimo de dientes para afuera, pues sigue habiendo resistencia en conservar el feudo de privilegios, culturalmente concedidos entre quienes ejercen algún tipo de poder o dominio sobre otros. Por lo mismo, la inclusión desde esta óptica, no es otra cosa, que un término romántico, malentendido, mientras sigan existiendo sectores de la población que permanezcan en la invisibilidad, la integración social no será suficiente, si es a partir de la compasión, la burla o la dádiva como se pretenda entenderla, bajo esta premisa, será muy difícil evolucionar como sociedad y lo que es peor, no mejorara la percepción que tenemos de nosotros mismos.
Por lo mismo es necesario dejar de pensar con esa mentalidad clasista occidental que heredamos desde la conquista y que fue acuñada con el afrancesamiento del Porfiriato, donde por ser indígena te alejaba de cualquier tipo de privilegio, incluso al grado de sentir vergüenza de todo lo que tuviera que ver con un sentir autóctono. Por más de un siglo llamamos indios, de manera despectiva a quiénes no pertenecían al entorno burgués, pero fue en las décadas que sucedieron a los años ochenta del siglo pasado y hasta nuestros días, con el desarrollo de telenovelas donde se fortaleció esta forma de pensamiento.
Catalogarnos dependiendo el color de piel o la condición social, en ciudadanos de primera y segunda clase, además de dañino y retrógrada, provoca graves conflictos sociales. El resentimiento no podrá erradicarse mientras sigamos manteniendo un marcaje de clase que nos coloque como superiores e inferiores solamente por haber nacido en cunas diferentes. Si pudiéramos realizar una gráfica de oportunidad, considerando el color de piel, seguramente no serian los whitexican a quiénes viéramos en desventaja. Curiosamente es esta población quién piensa que hay una diferencia entre estar bronceado y ser moreno, aunque pareciera lo mismo, hay a quiénes no les resulta igual, pues hasta en las tonalidades hay clases.
Partiendo de lo que hemos aprendido respecto al color de piel, como un determinante para establecer la condición social “Blanco es el rico, Prieto es el pobre”. Una idea que ha derivado en complejos de clase, absurdos y dañinos dentro de los sectores populares, al menos que seas parte de la minoría de morenos favorecidos dentro del Status Quo, que te hace creer, formar parte de los que deciden sobre los temas importantes.
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Definir como NACO todo lo que no está dentro de esa estética, nos hace igual de NACOS a todos por consecuencia.
El clasismo y el racismo, son la causa y efecto que ha permitido la corrupción como parte del comportamiento.
Lo que no logra el color, lo hará el dinero y sobre esa línea de expresión se abre un desagradable espectro, arribista y deshonesto.
Es muy fácil encontrar en las calles mujeres con cabello rubio por el uso de peróxido, intentando cambiar la apariencia física, como si el color de cabello pudiera ayudar en mejorar la condición social. En las fotografías que decidimos subir en las apps, buscamos filtros que aclaren la tonalidad de la piel, particularmente en Instagram que se ha vuelto una red que satisface las miserias con un like que justifique la vanalidad. Ser moreno o blanco, pero pobre nos asusta, lo relacionamos a una minusvalía de personalidad, por eso, comunicarnos con frases ajenas al español o consumir marcas de mayor valor comercial, nos hace pensar que sanamos complejos que denotan supuesta inferioridad.
No hemos convertido en víctimas de la manipulación, pendientes del como te ven, te tratan, haciendo lo necesario por cuidar la apariencia, con tal de buscar una impresión favorable según estos criterios, con el fin de dar el famoso gatazo.
Urge una deconstrucción de estos conceptos, mal aprendidos, desde el lenguaje con el que fuimos educados, pero a partir de uno mismo. Con el fin de consolidar un pensamiento con criterios más justos. Donde el color de piel no sea el pasaporte hacia una mejor condición social y la posición económica no sea lo que determine ningún privilegio. La calidad de las personas se debe basar en el respeto absoluto de lo que nos define genéricamente como seres humanos, con capacidades propias de razonamiento. Donde el derecho de existir sea el único privilegio, respetando las cualidades y virtudes que detectemos en el resto, sin que estas sea el principio que sitúen a nadie sobre el otro por poseer algún talento. Pero antes empecemos por eliminar conductas discriminatorias que manifestamos en el día, día como parte del resultado, de lo que nos hemos convertido. Una sociedad cruel por la frustración de intentar igualarse sobre esos criterios, maltratándose y llenándose solamente de inútiles complejos.
Fernando In- Morales
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