Construir nuevas relaciones de igualdad entre hombres y mujeres reclama un esfuerzo por reconocer que hay un problema muy grave de violencia estructural contra las mujeres, niñas y niños. Las violencias se impusieron desde una construcción social patriarcal del poder, violencias en las que asignan roles y se creó un mirada cargada de estereotipos, en el contexto de un modelo social que estructuralmente validó la división social del trabajo, del poder y de la propiedad.
La cultura patriarcal marcó pautas de abuso y de dominación para muchos grupos humanos, pero en especial para las mujeres, con prácticas culturales que naturalizan las violencias, desde invisibilizar el trabajo de las mujeres en el hogar, la crianza y el cuidado de la familia y de los adultos mayores, pasando por las violencias verbales, psicológicas, físicas, sexuales y las patrimoniales. En ese marco la cultura machista se dotó de códigos lingüísticos y de prácticas cotidianas en donde descalificar, señalar, recriminar, burlarse, discriminar, intimidar, agredir y acosar se han naturalizado y en donde los hombres y las instituciones sociales –la escuela, la misma familia, las leyes- se asumen desde un lugar de poder en donde es normal comportarse así con las mujeres y niñas.
Esta dinámica histórica en la que la civilización despojó de derechos a las mujeres, se le sumó un dinámica propia del capitalismo y de la lógica del mercado, en la que las mujeres en general fueron cosificadas, colocándolas en una condición de “objeto”, esto es, que ni siquiera podían ser consideradas personas, esto es, no eran “sujeto” de derechos, al igual que las niñas y los niños, las y los discapacitados, las y los afro mexicanos y las y los indígenas.
Esta mirada de dominación y abuso se fue reproduciendo sin cuestionar esos patrones de fuerza real y simbólica que hoy tienen que ser revertidos y cambiados de forma tajante, sin excusas, sin pretextos, sin reservas. Las violencias en contra las mujeres y las niñas en todas sus formas son inaceptables.
Se requiere ir construyendo una serie de acciones sociales, políticas, económicas, educativas y culturales que reconfiguran la construcción social de la convivencia social entre mujeres y hombres, a la vez revisar los conceptos asociados a lo que es ser “mujer” y a lo que es ser “hombre”, junto con todas las expresiones que la diversidad cultural y sexual tiene. Se requieren gestionar y crear leyes de acción afirmativa en favor de las mujeres y las niñas, para ir creado desde la base jurídica y social las condiciones de igualdad, pero sobre todo del reconocimiento necesario para ser tratadas como personas, con toda su dignidad y con todos sus derechos humanos y sin ningún tipo de violencia hacia ellas.
Se requiere ir marcando de forma abierta, pública y transparente, el que las violencias en contra de las mujeres y las niñas tienen que parar, y que sí las hay, éstas deben que ser sancionada, sin ninguna restricción o atenuante. Tienen que existir consecuencias visibles, reales, que se conviertan en un factor inhibidor de las prácticas de abuso, hostigamiento, maltrato y acoso en contra de ellas y que den la pauta para iniciar un proceso para deconstruir el machismo, la misógina, la visión patriarcal del poder y de las relaciones abuso por parte de los hombres e ir dando paso, a la posibilidad de ser y repensar qué es ser “hombres” desde las nuevas masculinidades que son necesarias construir, dado que no hay una sola manera de ser hombre, como no hay una única forma de ser mujer.
Deconstruir el acoso en todas sus formas, emocional, sexual, laboral, en todos los espacios de vida, la calle, el trabajo, la escuela y la casa en contra de mujeres y niñas es una tarea urgente. Las violencias que tiene que parar, erradicar por completo. Para eso, se requiere voluntad, trabajo, compromiso social, cultural y político de todas y todos. La acción de denuncia y de lucha que las universitarias de la Universidad de Guanajuato hicieron en diciembre pasado y que siguen dando hasta ahora, es una oportunidad para que la situación del acoso sea atendido con prontitud y justicia, para continuar con la lucha en contra de las violencias en contra de las mujeres.
Lo que está sucediendo en todo el país en donde colectivos de mujeres salen a las calles a exigir sus derechos es algo que tenemos que apoyar como sociedad ante la perversa naturalización de la violencia y la expresiones de resistencia e intolerancia contra las mujeres y de las reacciones violentas que estamos observando, así como es el incremento de los feminicidios y la creciente denuncia de las diversas formas de violencia contra las mujeres, que muestra la gravedad del problema. La convocatoria mundial de “paro” para el 9 de marzo es una gran iniciativa de las mujeres por romper las inercias patriarcales del abuso, del acoso y de los feminicidios.
En el caso de los hombres que somos parte relevante del problema, se abre la oportunidad de que iniciemos junto con otros hombres la “deconstrucción” del ser hombre, desde cuestionar la cultura y sistema patriarcal en la que nos hemos formado y que seguimos reproduciendo consciente e inconscientemente. Podríamos por ejemplo crear espacios de diálogo y comunicación, para revisar qué es ser hombres y porque no podemos seguir reproduciendo roles, estereotipos, prácticas sociales, costumbres, tradiciones y lenguajes que denigran, dañan y lastiman a las mujeres y a las niñas, y que nos ponen en lugar que no nos pertenece. Toca hacernos cargo de algo que nos impuso el sistema político y económico, que no nos permite ser los seres humanos que podemos y debemos ser, esto, en un nuevo y necesario marco social, político, cultural y económico, en donde la igualdad, los derechos humanos y la vida sean apreciados y valorados para mujeres y hombres en el sentido más amplio profundo de las posibilidades de la condición humana.
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