El Partido Acción Nacional (PAN) fue creado en 1939 como una reacción de viejos simpatizantes maderistas que no estaban de acuerdo con la forma de ejercer el poder del presidente Lázaro Cárdenas. Les molestaba la política revolucionaria y los continuos choques de su gobierno con los grupos empresariales eclesiásticos.
El historiador Lorenzo Mayer dijo que el PAN se presentó en 1939 como una fuerza surgida en el seno de la clase media:
“Para luchar en favor de la democracia electoral y en contra la izquierda del Partido de la Revolución Mexicana (antecesor del PRI) y de la corrupción en la esfera pública”.
A 81 años de distancia, hoy suena absolutamente falso y grotesco que el PAN -el partido de los moches y de Etileno XXI, el que brindó protección al cartel de Sinaloa y simultáneamente aparentó una guerra contra el narco- tuviera como principio fundacional la lucha contra la corrupción.
Acción Nacional vive hoy el peor de sus infiernos. El nombre de este instituto político está manchado y huele a podrido. El “decente” partido de la derecha mexicana está hundido en el descrédito y la inmundicia.
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Durante décadas, el PAN se conformó con ser un partido opositor marginal. Hasta antes de 1989, nunca fue una opción electoral competitiva. Su presencia política era mínima en aquellos tiempos del hegemónico Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Pese a las precariedades propias de un régimen de partido predominante, el PAN se las ingenió para desempeñar un decoroso papel opositor ante las corruptelas y las infamias del priismo del siglo pasado.
Pero todo cambió a partir del fraude electoral de 1988. Al reconocer el cuestionado triunfo del priista Carlos Salinas de Gortari como presidente de la República, el PAN dejó de ser un actor político marginal y se convirtió en protagonista. Aquí nació el amasiato conocido como PRIAN.
Solo 12 años después, en el 2000, el PAN accedió al máximo cargo de elección popular al que puede aspirar un mexicano. A través de Vicente Fox Quesada, este partido político llegó a la Presidencia de la República, tras 70 años de gobiernos del PRI.
Pero al alcanzar la cumbre, comenzó la caída. Fox no quiso o no pudo hacer los cambios que le exigía el mandato popular del voto. La estructura de corrupción e impunidad del viejo régimen se mantuvo intacta y se fortalecieron las complicidades inconfesables entre panistas y priistas. El PRIAN fue la fórmula política para el desmantelamiento de México.
Hoy sabemos que durante los sexenios de Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto –junto con el expresidente Carlos Salinas como cabildero- el ejercicio del poder político se degradó y se corrompió a niveles deplorables. El poder público se puso al servicio de unos cuantos para amasar inmensas fortunas.
Aunque intuíamos el nivel de podredumbre de nuestra clase política, resultó impactante el video difundido, en el que dos exfuncionarios del Senado de la República -vinculados a senadores del PAN- fueron exhibidos recibiendo fajos de billetes, que presumiblemente fueron sobornos para legisladores que aprobaron las reformas estructurales en el sexenio anterior.
Este video y las negras historias de corruptelas y transas que se han revelado como parte del caso Lozoya, son claro ejemplo de que PAN y PRI forman parte de una oposición moralmente derrotada. Cada vez es más evidente que los gobiernos de Fox, Calderón y Peña trabajaron en sintonía para desfalcar a la nación.
Aunque hoy los panistas pretendan “lavarse las manos” y desconozcan a sus aliados de ayer, a los mexicanos nos queda claro que el PAN es un partido de doble moral que olvidó, desde hace mucho tiempo, su principio fundacional de combatir la corrupción en la esfera pública.
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